Era un lugar sin cielo, sin nubes, sin mar, sin tierra. No había baobabs; tampoco corales. No había pájaros cantando alborozados ante llegadas de primaveras inexistentes. Ni navidades o carnavales. No había nada más que sensaciones puras. Y una frase así no encierra toda la belleza del mundo. Puede ser cruel como un parto. Sólo quedan migajas de esperanzas vetustas en ese aire caliente, que quema los ojos con fiebre y dolor de cabeza: sensaciones puras de vida sin tapujos, que apura su paso al andar ahuyentando fantasmas.
Hay fantasmas presentes de un pasado que rozó lo inexistente y existente. Hay fantasmas hermosos, lánguidos y poetas. Fantasmas imaginarios basados en la carne, pulidos con el agua, revividos con el aire. Fantasmas que, en definitiva, no son más que un lugar cruel y puro en el cielo de una mente febril.
Hay fantasmas presentes de un pasado que rozó lo inexistente y existente. Hay fantasmas hermosos, lánguidos y poetas. Fantasmas imaginarios basados en la carne, pulidos con el agua, revividos con el aire. Fantasmas que, en definitiva, no son más que un lugar cruel y puro en el cielo de una mente febril.