La sensación de perder a un amigo, amarga como la vida, invade poco a poco el ambiente. No hay motivo, no hay porqué, pero está ahí, latente y densa, latiendo a la par con mi sangre. Hoy haría dos viajes a puntos opuestos del mismo mar con tal de obtener los abrazos que sé me quitarían esta sensación de agobio, esta angustia, esta impotencia. Y porque sé que no habrá más cercanía que la que ahora tengo sé que no es suficiente.
A veces me despierto asustada por la viveza del sueño. Respiro profundo mientras camino de regreso a la vigilia, los ojos aún muy abiertos. Noto cómo se enfría el sudor sobre la piel, los labios secos; aparto mechones enredados de mi cara. Un sueño que ha agudizado los sentidos como nunca. Y eso es lo que siento perder ahora por culpa de la distancia.
Nunca un paso más allá. Nunca un abrazo fuerte que me acoja y haga sonreir.
¿Cuándo volveréis a cuidarme?
A veces me despierto asustada por la viveza del sueño. Respiro profundo mientras camino de regreso a la vigilia, los ojos aún muy abiertos. Noto cómo se enfría el sudor sobre la piel, los labios secos; aparto mechones enredados de mi cara. Un sueño que ha agudizado los sentidos como nunca. Y eso es lo que siento perder ahora por culpa de la distancia.
Nunca un paso más allá. Nunca un abrazo fuerte que me acoja y haga sonreir.
¿Cuándo volveréis a cuidarme?
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La pereza estival hace acto de presencia, despertando melancolías alejadas de la vida diaria.
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