11.01.2006

De repente, me acuerdo de ayer por la tarde, antes de empezar la clase con uno de los grupos de cinco años. Algunos y algunas venían disfrazados: trajes de bruja, caras pintarrajeadas.

Y me viene a la cabeza Lucía. Una niña pequeña, con ojos oscuros y una cara que no te cansas de mirar: es capaz de reflejar toda la inocencia y la alegría del mundo sin darse cuenta. Me contaba, muy contenta, que después de la clase iría a casa a disfrazarse de bruja, que su abuelo estaba allí y la esperaba mientras picaba champiñones.

Mientras yo estaba sentada en el suelo, rodeada por tres o cuatro pequeñajos más a los que preguntaba qué iban a hacer esa noche, Lucía se sentó entre mis piernas y apoyó en mi su espalda: la reina de la clase. Le pasé el brazo por delante, como un abrazo que protege. Y la niña allí se quedó, conmigo, tranquila y a gusto.

Pero más a gusto estaba yo. Me doy cuenta de que me quedo tranquila cuando veo que puedo proteger a alguien o darle calma.

Aunque no lo vayas a leer nunca, gracias Lucía.

1 comentario:

.María. dijo...

Hola Patri, he cerrado el blog así sin avisar y casi como una obligación. Todo va bien por las asturias con mi niña, pero he tenido un disgusto desagradable con una amiga y como no quería borrar su enlace del blog he decidido cerrarlo entero. Duele perder a una amiga y saber que no tiene arreglo porque ni siquiera intenta entenderte.
En fin, ya abriré otro y te aviso, de momento sigo leyéndote preciosa.

Bezzzzzzz