3.29.2015

Fatiga tanto andar sobre la arena
descorazonadora de un desierto,
tanto vivir en la ciudad de un puerto
si el corazón de barcos no se llena.

Angustia tanto el son de la sirena
oído siempre en un anclado huerto,
tanto la campanada por el muerto
que en el otoño y en la sangre suena,

que un dulce tiburón, que una manada
de inofensivos cuernos recentales,
habitándome días, meses y años,

ilustran mi garganta y mi mirada
de sollozos de todos los metales
y de fieras de todos los tamaños.


(Miguel Hernández)


3.28.2015

El corazón es agua
que se acaricia y canta.

El corazón es puerta
que se abre y se cierra.

El corazón es agua
que se remueve, arrolla,
se arremolina, mata.



Miguel Hernández
(30/10/1910 - 28/03/1942)

3.25.2015

Nada que decir. Nada que pensar. 

Casi no merece la pena ir más allá de unas cuantas sensaciones. Las justas para pasar el día.

Girar la cara hacia el hombro y respirar: el olor de un mechón de cabello recién lavado se cuela discretamente, sin permiso, fresco y familiar.

Cerrar los ojos: la bola de ansiedad desciende hasta el diafragma, desapareciendo mientras bajan los párpados y el aire. Como si fuera la última espiración del universo. 

Volver a coger aire. Abrir los ojos.

Todo sigue igual. 

Todo es nuevo.

Recordar que cada momento es uno. No hay un continuo: es ilusión. Señales discretas indicando un camino que no existe.

Yo sólo quiero saber lo que no está escrito, por eso me desespero, por lo indecible e inabordable.

Mi vida, como digo, a veces me desespera, y sólo los instantes que robo al ahora, venidos de todo aquello que no controlo, son los que me reconcilian con la intención de seguir adelante, aun desconociendo el modo, el donde, el cuando.

Por eso cada vez me alejo más de mi arista "humana", prefieriendo la crudeza y honestidad de las bestias. Descansando al recordar que soy un animal: todo da igual, salvo el ahora. Adaptación, supervivencia. Amargura y dulzura, conviviendo sin necesidad de lógica, casi plácidamente.

Por eso no merece la pena ir más allá de unas cuantas sensaciones. 

Las justas para pasar el día.

3.18.2015

"Te quiero, yo a ti te quiero
como las peras a los peros.

Te amo, yo a ti te amo
cuando te pierdo y cuando te gano."

3.12.2015

A raíz de un incidente en el trabajo con una compañera, llevo días pensando acerca de la gente "mala". Así define otra compañera a las personas que buscan ser populares y centro de atención a base de ser mezquinas, a costa de aparentar sonrisas de frente y llenar de barro a la espalda, a hacer mofa continua de alguien aunque en algún momento tengan que sufrir ellas esta misma mofa. 

Gente mala.

No hace mucho también escuché que precisamente en el momento en que se ataca, difama o humilla a un tercero para hacerse uno el gracioso, esa persona deja de tener gracia. Y pierde el respeto del que pudiera ser digna.

Pero cuántas personas conocemos en el día a día que cumplen a pies juntillas con estas características. Y cuántas consiguen arrastrar a otras.

¿Gente mala?

Puede que sí: maldad por pobreza; maldad por no tener mejor manera de destacar; por frustración; por no entender que no hace falta ser mejor que otro, ya que eso nunca va a ocurrir; por envidia, estrechez de miras, inseguridad...

Pero en definitiva, gente mala.

Es complicado vivir tranquilo sin estar en ese grupo, sin "saber" aplicar el grado de cinismo adecuado para ser aceptado y, como consecuencia, medrar (ventajas que conlleva formar parte de un frente popular, aunque no el de judea). Las etiquetas empiezan a aparecer por doquier: intransigente, asocial, malhumorada, talibana... E incluso se pueden volver las cosas en tu contra, basándose en esas apariencias y manipulaciones, hasta el punto de quedar tú como mala: falta de empatía, cobarde, persona falsa, manipuladora, traidora... El mundo al revés. Mi psicóloga se habría echado a reír: no dan una.

Y te quedas en un pequeño reducto, como la aldea gala, pero con pocos galos como tú. A veces es muy difícil encontrar uno de esos galos (tendemos a escondernos para que nos dejen en paz), pero cuando encuentras alguno, y ambos conseguís descubrir que el otro es "de ley", suspiras aliviado, sonríes por dentro, y te reafirmas: yo no soy el malo, y pese lo que pese, voy a seguir así.

Puede sonar presuntuoso esto que escribo, pero como estoy cansada lo "digo" en alto: yo no soy la mala, soy buena. Lo quieran ver los demás o no me es indiferente; con que unos pocos, los que importan, lo sepan, será (espero) suficiente para que me resbale la mala baba de otros.

He dicho.

:)