11.17.2008

Era un lugar sin cielo, sin nubes, sin mar, sin tierra. No había baobabs; tampoco corales. No había pájaros cantando alborozados ante llegadas de primaveras inexistentes. Ni navidades o carnavales. No había nada más que sensaciones puras. Y una frase así no encierra toda la belleza del mundo. Puede ser cruel como un parto. Sólo quedan migajas de esperanzas vetustas en ese aire caliente, que quema los ojos con fiebre y dolor de cabeza: sensaciones puras de vida sin tapujos, que apura su paso al andar ahuyentando fantasmas.

Hay fantasmas presentes de un pasado que rozó lo inexistente y existente. Hay fantasmas hermosos, lánguidos y poetas. Fantasmas imaginarios basados en la carne, pulidos con el agua, revividos con el aire. Fantasmas que, en definitiva, no son más que un lugar cruel y puro en el cielo de una mente febril.

11.16.2008

Cada vez escribo menos aquí, y en cualquier otro sitio. Me guardo mis miserias y alegrías dentro, bien dentro. Y ni por escrito ni hablando las suelo comentar, salvo que sea realmente necesario. Es exponerse demasiado, y no suele arreglar nada.

Cuando hay un problema, contarlo supone un desahogo momentáneo; porque el problema sigue ahí. Y si se trata de una alegría, ya se contagiará esa sensación bonita ella sola. Al menos eso veo que suele pasar.

Es una mala costumbre lo de no contar las penas, dices. Llorar a solas no suele conducir a nada bueno. Pero tampoco veo bueno que tu compañía se trague todos tus llantos o ataques de nervios. Y repito: la alegría se contagia con más facilidad; ahí casi que no hay que hacer trabajo para transmitirla.

Se me viene muy a menudo últimamente la imagen de un canal de riego profundo, en el que la superficie es calma y engaña sobre las turbulencias del fondo. Agua oscura.

Da miedo cuando notas que tu control no alcanza a tener en su poder toda tu angustia. Y no sabes cómo ni cuándo ni por dónde saldrá.