3.25.2015

Nada que decir. Nada que pensar. 

Casi no merece la pena ir más allá de unas cuantas sensaciones. Las justas para pasar el día.

Girar la cara hacia el hombro y respirar: el olor de un mechón de cabello recién lavado se cuela discretamente, sin permiso, fresco y familiar.

Cerrar los ojos: la bola de ansiedad desciende hasta el diafragma, desapareciendo mientras bajan los párpados y el aire. Como si fuera la última espiración del universo. 

Volver a coger aire. Abrir los ojos.

Todo sigue igual. 

Todo es nuevo.

Recordar que cada momento es uno. No hay un continuo: es ilusión. Señales discretas indicando un camino que no existe.

Yo sólo quiero saber lo que no está escrito, por eso me desespero, por lo indecible e inabordable.

Mi vida, como digo, a veces me desespera, y sólo los instantes que robo al ahora, venidos de todo aquello que no controlo, son los que me reconcilian con la intención de seguir adelante, aun desconociendo el modo, el donde, el cuando.

Por eso cada vez me alejo más de mi arista "humana", prefieriendo la crudeza y honestidad de las bestias. Descansando al recordar que soy un animal: todo da igual, salvo el ahora. Adaptación, supervivencia. Amargura y dulzura, conviviendo sin necesidad de lógica, casi plácidamente.

Por eso no merece la pena ir más allá de unas cuantas sensaciones. 

Las justas para pasar el día.

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