11.07.2006

(II)

Él se deja hacer. No dice nada. Con gestos rápidos y profesionales, la muchacha le cubre el rostro con pintura blanca. No se da cuenta, pero acerca mucho su cara a la de él para ver con más detalle. Lleva una camisa ancha, de rayas blancas y azules, que deja al descubierto sus hombros. Dos pechos pequeños apuntan bajo la tela; él rehuye la vista, algo cohibido: el cuello desbocado de la camisa no es que oculte demasiado precisamente.

En el camerino el aire es sofocante, las luces dan calor, y la presencia de la chica no ayuda a relajar la respiración. Debajo del maquillaje nuestro desabrido actor comienza a sudar. Ella suelta un pequeño gruñido, le coge fuerte de la mandíbula y se queda mirándole: se da cuenta de la situación, del nerviosismo de él, y de que es ella quien manda.

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