1.10.2007

Aún dentro de ella la miro, rendida, tumbada en la cama bajo el peso de mi cuerpo. Los brazos sobre la almohada, apresando sus muñecas con mi mano. Con la otra la acaricio despacio, resbalando en nuestro sudor. Tiene los ojos cerrados y aún respira deprisa. Parece ausente, concentrada en volver a tomar su propio control. Yo escondo la cara en el hueco de su cuello y respiro fuerte y lento, llenando los pulmones de su olor, mezclado con el mío, con el de la saliva y el semen. La beso y suspira. Noto una sonrisa por la presión de su mejilla. Me incorporo y ahí está, de vuelta, mirándome, llenándome de calor con sus ojos y su cuerpo.

Hay abrazos que uno nunca quisiera que acaben.

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