1.10.2007

Todo estaba lleno de un ligero olor a frutas. Lo último apetecible era abrir los ojos, romper esa sensación de calor por dentro y frío sobre la piel, de nervios controlados a duras penas. Todo el cuerpo envuelto por un humo suave.

¿Cómo imaginarlo de otro modo? Sentada, con las piernas encogidas. A oscuras, a pesar de la luz del cuarto. Entregando la mano extendida, apoyada con la palma hacia arriba. Y sentir un dedo que acaricia suave, desde la muñeca hasta la punta del dedo corazón, con el resto de su mano rozando levemente esa palma rendida.

Entonces, abrir los ojos. Volver al mundo real.

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