9.19.2007

A veces te enteras de cosas inesperadas y tristes, que no sabes dónde y cómo encajar. Porque no encajan. Es imposible que encajen. La enfermedad no tiene forma de puzzle, y nadie quiere cederle sitio. Por eso ella a veces se sienta en nuestra butaca dando empujones, intentando echarnos.

A veces te enteras de cosas que te dejan en estado de "shock", sin saber reaccionar hasta que te levantas de tu silla de la oficina y te vas al baño deprisa, muy deprisa, a llorar.

Luego te pones en el lugar de esa persona, que intuyes afrontará su enfermedad con fortaleza y alegría (porque siempre han ido implícitas en él), y hasta te avergüenzas de haberte sentido mal al conocer la noticia, como si fuera un egoísmo estúpido e inaceptable. Despiertas (una vez más) para entender que la vida puede cambiar, e incluso acabarse, de un día para otro, y renace el ansia de beber y devorar todo lo que es hermoso de cuanto te rodea. Desaparecen las obligaciones artificiales, los nombres prohibidos, e incluso aquello que en otro momento pudiera parecer ridículo ante mis propios ojos.

Tanto amor y tan poco tiempo...

En ese momento, los muros caen y sólo queda lo importante: una sonrisa abierta, una mirada cómplice, una caricia en la mano... y poder compartirlo.

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