8.09.2009


Rara vez encontraba silencio dentro de su cabeza:
entre tantas preocupaciones impuras (trabajo, dinero...)
no dedicaba tiempo al pequeño núcleo de vida
del que dependía gran parte de su felicidad esencial;
en un anhelo mantenido a duras penas,
zombi de día y de noche,
voluptuosos sueños invadían su terreno, sin control:
olas deseadas y oníricas, silenciosas y atrayentes,
una luz nueva en un cielo más que oscuro y perdido,
serenaban el desierto en que, sin quererlo, se había llegado a convertir.

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