8.09.2006

Una serpiente tatuada se desliza entre las vértebras de su espalda, desde la base hasta el cuello. Apenas se movía, tumbada boca abajo sobre cojines; el día había sido demasiado caluroso y ahora dormitaba tranquilamente, en un silencio roto por el golpeteo del viento contra las telas de la jaima. Quizá demasiado calor, demasiada calma. Mientras, la noche iba rompiendo el dominio del sol con el frío propio del desierto. Todo el campamento estaba en reposo: turistas castigados por un clima hostil; naturaleza de arena que prefería ignorar las visitas.

Rebullía entre sueños. Cuando alguien te observa lo sientes aunque no lo veas, y alguien a su lado sonreía con ternura. Apenas una leve caricia en el hombro bastó para responder a esa sonrisa, con la boca y la mirada. No hubo sorpresa: "bienvenido a mi mundo perdido".

Sólo una tela ligera la cubría desde las caderas a los pies; la serpiente subía y bajaba siguiendo el ritmo de la respiración. Cogió un frasco pequeño y lo entregó a su invitado: aceite con olor a canela. Con calma y sin dejar de mirarla, fue dejando caer el aceite, gota a gota, por su espalda. Ella se incorporó ligeramente y cada gota resbaló trazando su propio camino. Justo antes de mojar la tela se formó un pequeño lago, donde mojó las manos para comenzar el masaje.

La serpiente brillaba, oscurecida por el aceite. Los dedos apretaban, subían y bajaban relajando los músculos, hasta que las manos se apoyaron en sus hombros. Sin soltarla, acercó la boca a su cuello para respirar cerca de la piel y hacer que se erizara. La serpiente respiraba inquieta. Inspiró profundamente y, a medida que soltaba el aire, sus manos y su mejilla se deslizaban por la espalda, disfrutando de su calor suave. Un pequeño beso donde estuvo el lago de aceite como pidiendo permiso para, después, retirar la tela.

Ella, a la espera, con los ojos cerrados. Él, permitiéndose el lujo de observar, dueño del tiempo.

Descendían las manos, resbalando despacio y fuerte. Los labios se quedaron anclados entre sus piernas, besando y lamiendo, sorbiendo, provocando espasmos incontrolados en un momento interminable de excitación suave y amarga.

Fue deslizando el cuerpo sobre sus piernas, sobre su espalda; el peso de un cuerpo cálido, fuerte y en tensión. Las manos resbalando por sus brazos hasta apresar las muñecas por encima de la cabeza: inmóvil. Y de nuevo el tiempo que se para mientras recupera el aliento sobre su cuello. Más calor, más humedad. Una lengua dibujando el contorno de las vértebras en su nuca.

Sus caderas se levantan, impacientes. Sin esperar más, él penetra profundo. Un primer momento de resistencia, un pequeño grito acallado por una mano presionando fuerte sobre la boca, y deslizarse cada vez más rápido entre jadeos y silencio hasta romperse ambos entre sudor, flujo y semen: suspender tu vida apretándote fuerte contra el interior de una mujer.

Después, sólo cabe esperar el día.


*****************************************

Espero que esto compense la afrenta y, con suerte, no leer historias entre pianistas y políticos.

No hay comentarios: