1.25.2007

Ya es tarde. Son más de las doce de la noche, unas horas no muy recomendables para volver del trabajo. Está cansada. Mete la llave en la cerradura y abre la puerta. No hay luces dadas. Desde el pasillo se escucha el sonido de la televisión, un programa de cotilleos con "tertulianos" dando voces. Cierra la puerta despacio y cuelga el bolso en el perchero. Se descalza, olvidando agradecida los tacones. En silencio, se asoma al salón: él está dormido en el sofá, no la ha oído entrar. Le observa durante unos instantes; no sabe si lo que siente es algo parecido a tristeza. Después se aleja hacia el dormitorio. Sólo quiere dormir.

Entra en la habitación. Esta vacía, aunque caliente (bendita calefacción central). Tira el abrigo sobre la silla y comienza a desvestirse: desabotona despacio la camisa, baja la cremallera del pantalón... Todo lo arroja sobre la silla. Sólo guarda el cinturón en el armario ("hoy no estoy para recoger nada..."). Se gira y...

... y ahí está ella, sobre la cama, mirándola sonriente, preparada para acogerla, como tantas otras noches de soledad y acunarla en su piel suave. Le devuelve la sonrisa mientras se desprende de la ropa interior. Abre las sábanas, libera su mente y, perdida en el sueño, se entrega a ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Camita, camita, eso es lo que yo necesito que las dulces manos del sueño me acunen