4.23.2007

Alí es un buen compañero de trabajo. Grandote, moreno, chapurreando español bastante bien, mezclado con algunas palabras italianas y con su acento libanés, transmite ironía en las bromas que nos gasta. Durante la comida no para de hablar, y siempre pregunta por "el napolitano que trata con cierto padrino", en referencia a Luca, al que tiene gran aprecio.

Alí ha estudiado informática en Italia, donde desembarcó del avión sin saber apenas una palabra del idioma, ni conocer a persona alguna. Trabajó para pagarse la carera en restaurantes, y ahora vive en España con su novia santanderina, hablando maravillas de las comidas que le prepara su suegra, aunque eso de que haya tanta carne de cerdo en la gastronomía española no se conjugue demasiado bien con ser musulmán.

Hoy Alí me ha hablado de su país, Líbano. Es una nación destrozada por una guerra, dividida en dos bandos: el sirio-iraní y el estadounidense-israelí. Un Líbano invisible para la mayoría, donde sus parlamentarios cobran más que un parlamentario español, manteniendo esos sueldos de por vida, mientras la gente sufre, atenazada por hambre, pobreza, y sobre todo por el miedo a una nueva guerra civil.

Hoy Alí me ha hablado de su familia.

Me contaba que la ONU pidió en su momento, a la desesperada, un puente de ayuda humanitaria para las gentes del sur del país. Fue denegado. Las personas (pagadas) que debían estar ayudando en la zona huyeron por temor a los bombardeos. Es, hasta cierto punto, comprensible.

Alí habló con su hermano una tarde: bromearon por teléfono acerca del partido del mundial que enfrentaba a Italia y Francia. Todo parecía en orden, tranquilo. A la mañana siguiente, se encontró en el periódico el siguiente titular: "Guerra en el Líbano". Por sorpresa, de un día para otro.

Durante el tiempo que duró la guerra Alí llamaba para ver qué tal se encontraban los suyos. La impotencia es grande cuando tu gente vive una guerra en primera persona y tú la vives en la lejanía.

Llegó el día del alto el fuego. Alí dijo a Alfonso, un amigo y compañero de trabajo, que salieran a cenar para celebrarlo. En el coche, de camino y al pasar por uno de los túneles de la Castellana, Alí recibió un mensaje: "Urgente: llama al Líbano". Su hermano estaba herido, le dijeron.

"Alfonso, llévame al aeropuerto". Y de ahí a Munich; de Munich a Siria; de Siria a Beirut. Cuando llegó su madre ya no tenía voz. Y su hermano hacía días que había muerto.

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Ante la situación desesperada que atravesaban las familias del sur del país que no habían podido huir ante tan repentino comienzo de la guerra, un grupo de jóvenes decidió prestar su ayuda de forma desinteresada, dando literalmente todo sin recibir nada a cambio.

El hermano de Alí se puso un chaleco antibalas y salió entre esos jóvenes. Llegó a casa de una familia, curó heridas y salió. En ese momento un avión lanzó sus bombas de fragmentación: bombas que estallanante la proximidad de un cuerpo, ya que se activan ante los cambios térmicos.

Al caer las bombas, el hermano de Alí dio media vuelta en dirección a la casa de la que acababa de salir, y en ese pequeño camino una bomba le hizo estallar.

No fue el único. Murieron más de trescientos jóvenes. Por desgracia, en este caso no es un número de película.

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Hoy Alí me contaba que ya no se sentía triste, que se sentía orgulloso de su hermano.

Y que en todo, en todo momento, hay que decir no a la guerra.

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(Esto que cuento hoy no es ficticio. Es el resumen de la charla que he tenido con mi compañero Alí durante la hora de la comida. Qué menos que llevar su vida, la de su hermano y la de sus compatriotas -su familia- ante los ojos de quienes leen este blog.)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Dale un beso muy fuerte de mi parte y dile que todos estamos con él.