2.26.2008

Me suele dar mucha vergüenza que la gente vea cosas que creo. Pero bueno, ahí va una cosa que escribí a partir de un poema de Miguel Hernández que me gusta mucho.

Para evitar malas interpretaciones: lo he visto y he querido ponerlo, sin más.

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El amor ascendía entre nosotros
como la luna entre las dos palmeras
que nunca se abrazaron.
El íntimo rumor de los dos cuerpos
hacia el arrullo un oleaje trajo,
pero la ronca voz fue atenazada.
Fueron pétreos los labios.
El ansia de ceñir movió la carne,
esclareció los huesos inflamados,
pero los brazos al querer tenderse
murieron en los brazos.
Pasó el amor, la luna, entre nosotros
y devoró los cuerpos solitarios.
Y somos dos fantasmas que se buscan
y se encuentran lejanos.

MIGUEL HERNÁNDEZ


(Imposible acercársele ni un poquito…)



El pasado, el presente: sin futuro.
Amor de amante que se quema sin consuelo.
Ascendía tu olvido hacia el último cielo, pues
Entre nubes heladas la verdad gritó lento:
Nosotros no fuimos. No somos. No seremos.

Como si quisieras partirme en dos
La risa de tu boca emana como un rayo.
Luna, que mira perdida en su desierto oscuro,
Entre pinturitas blancas me observa extrañada:
”las hembras sabemos qué te traes entre manos”.
Dos lamentos pálidos cruzando la noche vuelan a
Palmeras desgarradas sin nombre por el frío (tanto frío…) de tus brazos.

Que podré pedírtelo para seguir a la espera
Nunca dejará de ser cierto.
Se colgaron las alas del pequeño gran pájaro
Abrazaron de más; al final, se cansaron.

El silencio entre el gentío:
Íntimo, valiente y generoso;
Rumor de un corazón latente,
De mi cintura prendida en tu abrazo.
Los pechos fieros, encendidos;
Dos bocas lejos, llameantes;
Cuerpos bellos, penitentes. Alejados.

Hacia tu boca
El camino incesante hacia tu boca
Arrullo de pequeños gorriones.
Un tremendo gotear de soledades.
Oleaje que, mecido bajo mantas,
Trajo quedo el vacío que dejaste.

¿Pero qué importa que no vengas?
La distancia es tensión incesante.
Ronca, rota, dolida y cansada
Voz que siempre, siempre callaste
Fue absurda realidad de mis razones:
Atenazada. Triste. Cobarde. Negada.

Fueron muchas las razones esgrimidas,
Pétreos deseos, lienzos velando ilusiones claras.
Los miedos marcaron la distancia hasta tus labios,
Labios que nunca cruzarán por mi camino.
El latido de tus sienes tiene ritmo de marea
Ansia de agua, de orillar entre sales,
De fondear en mi arena.
Ceñir corales a este cuerpo mojado
Movió tu esperanza de buscar y encontrarme:
La vida renueva
Carne húmeda en tu carne.

Esclareció esta ruina de cabeza tu venida,
Los miedos apretados, taciturnos, vacilantes son
Huesos de ansiedades que quedaron enterrados,
Inflamados por la espera de ilusiones delirantes.

Pero sigo sin entender por qué tan lejos quedas,
Los caminos, las mudanzas,
Brazos abiertos prendidos en el aire
Al azar.
Querer ya no me angustia. Sólo
Tenderse ante el tiempo que llega, pues
Murieron mis abriles y horizontes
En el mar.
Los pequeños juncos susurran lentamente:
“brazos fuiste, brazos pides…”

Pasó ligero
El día:
Amor caído.
La noche vuele
(luna nueva) y
Entre humedales:
Nosotros.
Y llega la duda, los celos, el rencor.
Devoró mi sangre, tu sangre, nuestra vida.
Los años llegan, estallan y proponen
Cuerpos que empujan, se adentran, se pelean,
Solitarios, entre heridas.

¿Y qué más da?
Somos piedras chocando en el empeño,
Dos clarines que suenan a pasado,
Fantasmas locos, torpes, sin sentido,
Que vienen y van entre restos quemados,
Se cruzan, se chocan, atraviesan los dos cuerpos,
Buscan restos de los besos de otra era
Y no se ven.
Se cae la líquida semilla de la pena,
Encuentran polvo, jirones desgastados,
Lejanos ecos, voces rotas. El ayer.


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