6.09.2008

Esta noche, por algún motivo que no conozco, siento miedo. Un vértigo extraño mientras subo a oscuras las escaleras, observando a cada paso que doy el reflejo que la luz de la farola deja apenas sobre el suelo. Y no me paro; a pesar del miedo no me paro. Tuerzo la esquina del pasillo y entro al baño, reprimiendo el deseo de echar a correr para bajar la persiana e impedir que siga entrando esa luz mortecina. Doy la luz y me miro al espejo: el pelo mal recogido, la cara cansada, irritadas las comisuras de los labios. Hablo conmigo misma mientras leo el prospecto de una crema, sólo por vencer la ansiedad, la irracionalidad. Cuando cierro el botecito de crema, me siento más tranquila. Vuelvo a tener la parte del control que me permite salir de nuevo al pasillo oscuro sin estremecerme.

Aún perdura la impresión de tener alguien detrás observándome. Ni siquiera puedo pensar qué ponerme mañana. Mañana. Quién sabe qué pasará. Hoy ha sido un día con gran sensación de alegría, sin motivo aparente. Quizá este miedo sea sólo el miedo a perder lo hermoso que nos sucede.


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