8.02.2009

De repente su cuerpo se relajó. Apoyada en la pared, sus hombros caían y su cuello dejaba de tener fuerza; la cabeza se desprendía lentamente de su tensión y colgaba hacia la derecha con los ojos mirando a la nada. Si morir era algo parecido, era una desaparición tranquila.

Quedó sola en su cuarto tras alejarse la última persona, y la última apariencia se desplomó contra el suelo como yeso reseco que cae de un muro: el cansancio era un fiel aliado y la traía de nuevo a sí misma. En compañía de una gata silenciosa, en compañía de sus pensamientos, nada quedaba sino la verdad.

Y la verdad consistía en aire fresco entrando de noche por la ventana; en olor dulce de mermelada de ciruela preparándose en la cocina; en ternura desmedida por amigos de cuatro patas; en sonrisas y deseos interiores conformando una irrealidad cada vez menos fantasiosa y lejana. Por fin la verdad se acercaba.

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