3.25.2014

Sé que no te puedo escribir un mensaje y pedirte que vengas a mi casa. No estás en el momento oportuno. Puede que fuese eso algo bueno para ti, responder a una llamada, quizá sólo para compartir silencio y un abrazo. No sería necesario nada más. Pero no me atrevo; por no molestarte, por no equivocarme.

Recuerdo tu cara entre mis piernas, tu expresión de inocencia, tu cara de niño bueno mientras no te portabas precisamente bien. Me dio la risa y me generaste mucha ternura; no conocía esa expresión tuya. El sexo rompió una barrera que mi timidez era incapaz de derribar, un día tras otro. Lo más probable era que en cuanto salieras de casa esa barrera volviera a reconstruirse, como los inmensos zarzales del cuento, y yo volvería a quedar a ciegas, entre niebla, sin saber qué piensas, qué sientes. O qué deseas.

¿Volverá a haber otra ocasión en la que se disipe la niebla?

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