7.22.2014

Como quien no quiere la cosa, tu nombre aparece en la bandeja de entrada de mi correo electrónico. Me sale la sonrisa, como siempre que llegas. Abro el mail y miles de miks revolotean en mis mofletes hasta que esa sonrisa se ensancha para enseñar los dientes. Inevitablemente, siempre me llega tu olor, aunque no estés; me lo dejaste tatuado y cuando lo percibo me entra sed. Aunque no pueda beberte.

Pido permiso: algún mordisco suave en tu cuello, si no te parece mal. Acompañado con la caricia de la lengua, sólo de puntillas, a toquecitos húmedos, para poder llegar despacio y sin problemas por encima de tu barbilla, no sin antes haberla mordido a ella también. Lo que sea por despertar tu risa. 

Prometo no utilizar las manos. Tú te dejas hacer, y yo te llevo, aunque sepa que eres tú quien llevas las riendas. Me recreo en lo imposible: un desorden de besos suaves, de mordiscos, respiración sobre tu boca. Te huelo sin tocarte, pero te saboreo. Sigue siendo doloroso: crece el ansia.

Pero el siguiente paso te corresponde a ti.

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