5.23.2015

Pasan los días. Días que se convierten en años casi sin darse uno cuenta. Y los fantasmas que han ido anidando en mí durante ese tiempo bostezan, aburridos del control férreo al que les vengo sometiendo desde el momento en que dije "ya está bien" ante sus perrerías. 

Pasan los años, y con ellos la vida de cada uno, que transcurre por vericuetos inesperados. Gente que se va, gente que aparece, otra que permanece... Los fantasmas siguen ahí.

Hoy he estado en la boda de un amigo cuya vida hace un tiempo se iluminó y, sin buscarlo, apareció distancia entre nosotros. Pero me tiene en mente, y yo a él. Hoy he tenido la suerte de compartir un trocito de su felicidad bajo el techo de la parroquia de una de las vírgenes en las que él tanto cree. Sólo he estado en la ceremonia. Era el momento más importante para él, y era ese el momento en el que yo quería acompañarle. Durante una hora desaparecieron años y distancia, y he podido sonreír viendo su alegría.

Los fantasmas decidieron ponerse los tacones y venir conmigo. No les podía ver, pero creo que se frotaban las manitas transparentes esperando tener una buena dosis de nostalgia, miedo y una punzada de dolor llevándome al día que ellos nacieron. Vamos, que esperaban cenar palomitas viendo su película favorita en el sofá.

Cuando he vuelto a casa, los fantasmas estaban desconcertados. Yo, tranquila. 

Y sorprendida.


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