5.27.2015

Varias cervezas vacías sobre la mesa. La puerta de la terraza abierta. Sol a través del cristal y del aire templado. Risas con lagrimones fingidos al volver a ver el sol, por eso de que en "Mordor" no existe y oye pues, que se echa de menos... 

Una pierna por detrás de su espalda, la otra encima. Una petición de mordisco en la cara interna del muslo, para luego seguir hablando como si tal cosa. Obediencia y diálogo, como buenos políticos. La luz que se va, la penumbra que se queda. Calma en la calle: la charla sigue. Y en un incorporarse súbito, un beso improvisado.

Muchos más besos detrás del primero. Manos que fluyen sin hacer parada de seguridad. Ropa fuera, que no hace falta para bucear aguas cálidas. Ni un solo pensamiento de culpabilidad o arrepentimiento. La noche que pasa entre el sofá, la cama y los cuerpos. Ninguna traba arriba, abajo, delante, detrás. Y siempre los labios guiando esta nueva inmersión. 

Una sorpresa tranquila. Un paseo por dentro y por fuera: la reacción del cuerpo, perfecta, siempre nueva, al unirse a otro, sirviendo para reconciliarse con el género, naturaleza base. Hasta el punto de perder la cabeza durante un instante y pensar "te quiero". Se esfuma el pensamiento con el orgasmo. Relajación y silencio vienen de la mano, con otras caricias que siguen, ahora leves; con los cuerpos pegados, intuyéndose. Viene el sueño...

Viene la madrugada. Se va el sueño, vuelve la piel.

Al final la noche se marcha. Él se marcha. Y la coraza fría vuelve a posarse sobre el cuerpo.

Tan fría que da miedo.

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