2.21.2007

Han vuelto a florecer las mimosas. Para no variar, siempre me sorprenden, año tras año. Pienso que las encontraré en marzo, bien avanzado, y sin embargo aún no ha acabado febrero y ya están aquí.

Huelen dulce. Nunca confundiría un olor tan amable. Tienen la ternura de envolverte cuando no te lo esperas. Cuando aún hace frío. Cuando esperas un tren mirando la luna en el cielo que permanece claro. En ese momento te detienes y alzas la mirada, buscando, como si fuera el instante previo al reencuentro con un amigo ausente por muchos años, o con el abrazo de un amor que sientes no merecer.


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La gente escribe. Escribe libros, muchos libros. Será que la gente tiene cosas que decir. O quizá sea sólo la necesidad de sentir que se comunican con alguien, aunque sea a través de unas líneas que puede no entiendan ni siquiera ellos. Todo sea por vencer esta sensación de soledad que, a veces, abruma.

Y es que creo acostumbrarme. A eso le uno el pánico. A eso le uno que no sé gritar. A eso le uno sentir que me explota de amor el pecho y lo único que consigo es silencio por fuera, hermetismo; y por dentro, el alma hecha trizas por ser incapaz de darlo en todo lo grande y hermoso que puede llegar a ser.

1 comentario:

Eva dijo...

¿Por qué comenzó el hombre a hablar, allá por la prehistoria? Por el imperioso deseo de comunicarse. Las formas han cambiado, el fondo... no tanto :)
No es nada extraño, Patri bonita... Sentir tanto que acabe en silencio el sentimiento. No mostrarlo, no expresarlo... eso no significa que no exista. Ni le resta hermosura. Ni un ápice. Más bien al contrario.
Besitos tempranos.