1.29.2008

Te escribo desde hoy como si fuera mañana.

Ayer estuve dando un paseo contigo. Hablaba sola, bajito, como de costumbre, pero esta vez eras tú con quien conversaba. Te contaba el comienzo de por qué soy así, y me preguntabas, sin que existiera más vergüenza de la necesaria. La terapia de siempre, la de las personas de mentira, pero contigo. Caminábamos despacio, dejando que el aire entrase para limpiar de calor sucio la sangre. La luz se iba extinguiendo, dejando atrás los naranjas rosados, y contra el añil intenso del cielo se dibujaban oscuras las siluetas de los árboles: fresnos, encinas, cipreses... Poderosos, teñidos de negro contra la noche, se alzaban a nuestro alrededor, entre pequeños fuegos artificiales lanzados desde los arbustos. Me detuve a hacer alguna fotografía, a veces con la cámara, a veces con los ojos, para dejar constancia admirada de mi paso por ese baile de instantes.



El frío. Se pegaba a la chaqueta y al pantalón, demasiado finos para la altura de año en que aún estamos. Pero revitalizaba, ayudaba a pensar, a despegarse de las paredes de la oficina, de los ordenadores, del café de máquina aborrecido y necesario. Lejos por un momento de todas esas cosas que me aturden, caminando de la mano de nadie, que en ese momento era todo. Caminando de mi mano sin reñir conmigo, pendiente del frío y de la belleza de uno más de los atardeceres que durante veintidós años me han acompañado sin que me diera cuenta. Ahora, cuando estoy tan descolocada dentro del puzzle, busco, aunque sin forzarlo.




Pero aún no sé qué.

No hay comentarios: